viernes, 30 de diciembre de 2011

And we are happy for a while...

Todos esperamos encontrar una historia de amor de cuento de hadas, cada vez que salimos buscamos entre la multitud un príncipe azul que nos salve del dragón de nuestras pesadillas. Pero siempre nos encontramos con el bufón de la corte. Volvemos a casa, nos deprimimos, nos convencemos de que los cuentos no existen, que los príncipes no aparecen de la nada en un local. Nos autoengañamos pensando que no necesitamos salvadores, que somos suficientemente autónomos como para valernos por nosotros mismos, y somos felices una temporada.

Entonces, cuando menos nos lo esperamos aparece alguien que tira por la borda todos nuestros esfuerzos y nos vuelve a dar lo que menos necesitamos, esperanza. Alguien que parece querer recomponer nuestro corazón dañado, que recoge todos sus pedacitos y los va uniendo poco a poco hasta que consigue que sane, que no duela y que vuelva a latir con normalidad, y somos felices una temporada.

Hasta que llega un día, cuando menos te lo esperas, que esa persona, en la que has confiado, a la que has permitido entrar en todos y cada uno de los rincones de tu alma, decide acabar con todo y te pone una bomba en el corazón. Lo destruye, lo aniquila, lo reduce a cenizas. Porque llega un día en que todo el mundo debe elegir entre su corazón o el tuyo y, para que engañarnos, siempre escoge el suyo. Pero tu decides que puedes vivir sin corazón, que puedes seguir adelante, que no necesitas más que tu propia compañía para ser feliz, y lo eres durante un tiempo.

Pero no es verdad, porque todos queremos a ese príncipe, todos le buscamos, esperamos encontrarlo. Y cuando nos damos cuenta de que es muy probable que no lo encontremos nunca nos hundimos. Porque, como dicen en una famosa película francesa: son malos tiempos para los soñadores.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Looking for REDEMPTION

Recuerdo que llovía, yo acababa de salir del local, enfadado con el mundo, para variar. Maldiciendo por lo bajo, cagándome en todo y en todos, odiándome a mi mismo por sentirme así, débil, indefenso... vaya paradoja, verme allí plantado, con mis casi 2m de alto pero sintiéndome insignificante, invisible, tan transparente como las gotas que mojaban mi pelo. Entonces les oí empezar, poco a poco, primero la batería, el bombo, BUMBUM, el corazón se acelera cuando empieza el bajo, BUMbumBUMbum, el ritmo perfecto, ese que se te mete dentro tejiendo la red precisa para que se balanceen las notas de la guitarra y así, para cuando me dí cuenta, ya estaba perdido, volvía a estar metido en su música, perdido y sin salida. Tenía que moverme, antes de que fuera DE VERDAD demasiado tarde. Empecé a correr, sin rumbo fijo, pero no estaba lo suficientemente lejos cuando la bomba estalló. Ahí estaba su voz, para desgarrarme de arriba a abajo. Para abrirme en canal. Para dejar libre la rabia, el odio, la ira. El temor. Quería pelearme, pegarme, sentir dolor real y físico, y la sangre, su sabor metálico en mi boca. No te atrevas a juzgarme, los hay que se meten, o beben, o incluso los que fuman cigarrillos, también hay gente que se corta. Cada cual se autodestruye como quiere. Pero quiso el destino que esa noche yo no encontrara nadie con quien desahogarme, demasiado crío, demasiado enclenque, demasiado gilipollas. Ninguna presa digna de ser cazada. 
Así, tras horas de deambular bajo la lluvia la ira dejó paso al vacío y éste se fue llenando de lo único que quedó dentro de mi. FRÍO. De ese frío que quema, sobretodo en los ojos, arde, duele, y lloras, como yo, como un niño pequeño, apoyado en una pared gris de una ciudad gris, hasta que solo quedé yo, con mi mierda, mi frío y mi dolor. De golpe no quedó nada, solo paz, solo silencio. Durante horas. No recuerdo nada, solo la sensación de que todo iba a ir bien, pero no por convencimiento, no por optimismo, si no por esa certeza de que a peor no puede ir, porque si retrocedes un milímetro más, te sales del mapa, desaparece, y eso no puede permitirse. Y allí estaba yo, pálido, con los ojos hinchados, chorreando agua y lágrimas y con una sonrisa en la cara, rodeado de gente a la que no conocería nunca, y quienes no me importaban nada. Pero en paz, después de mucho tiempo, libre y agotado. 
Recuerdo sentarme en un banco de un parque sin nombre, no porque no lo tuviera, sino porque era irrelevante. No sé de donde salió, solo sé que se sentó a mi lado, me cogió de la mano y, mirándome a los ojos, me dijo:
'No me importa quien, ni como seas. No quiero saber tu historia. Solo necesito que me protejas, por una noche, necesito que seas mi caballero andante. Y que no hagas preguntas.'
Como respuesta le brindé una de mis sonrisas, que fue devuelta junto con un beso en la mejilla. Se levantó y tiró de mi, me guió por un laberinto de calles, trenes y autobuses, sin mediar palabra pero sin soltarnos de la mano, como si supiéramos que en el instante en que perdiéramos el contacto el otro desaparecería y sabiendo que eso aún no podía suceder. Llegamos a su casa y nada más cruzar la puerta la situación cambió. Éramos dos animales heridos luchando por deshacer el hielo de nuestros respectivos corazones a fuerza de besos, caricias y sudor. Nos amamos intensamente, como nunca más he amado a nadie, como solo pueden amar los corazones rotos. 
Me enorgullezco de decir que nunca la he olvidado pero que tampoco la he buscado. No tendría sentido. No fue un amor real. Sólo éramos dos almas perdidas buscando desesperadamente alguien que curara nuestras heridas.

martes, 6 de diciembre de 2011